Cuando llevamos un periodo de tiempo receptivos a nosotros mismos, es inevitable que comencemos a ponernos nerviosos, intuyendo que podría surgir algo desagradable. Esto ocurre porque así «nos quitamos el envoltorio de la personalidad». Pero esto es alentador, porque experimentar un cierto grado de ansiedad durante el trabajo de transformación es buena señal. Cuando nos aventuramos fuera de nuestras viejas defensas también comenzamos a experimentar justamente los sentimientos de los que nos hemos defendido toda la vida.
Esto explica por qué es posible tener experiencias espirituales muy gratificantes y luego volver a encontrarse en un estado temeroso, reactivo o negativo. El proceso de crecimiento consiste en un ciclo continuado de liberarse de antiguos bloqueos, abrirse a nuevas posibilidades en el interior y encontrar bloqueos más profundos. Aunque podríamos desear que el crecimiento espiritual fuera más lineal y se pudiera hacer en uno o dos avances decisivos, la realidad es que es un proceso que debemos pasar muchas veces en muchos frentes diferentes hasta que esté reorganizada toda la psique.
El proceso de crecimiento espiritual nos exige también ser amables y pacientes con nosotros mismos. Sentirse frustrado, imponerse expectativas o metas concretas y reprenderse cuando no se llega del todo a la meta son reacciones comunes pero no útiles. Nos llevó muchos años construir nuestras defensas, de modo que no podemos esperar derribarlas de la noche a la mañana. Nuestra alma tiene su sabiduría propia y no nos va a permitir ver nada de nosotros mismos (y mucho menos liberarlo) que no estemos verdaderamente preparados para ver.
Cuando comenzamos a hacer este tipo de trabajo, aparece también el temor común a que estar presentes signifique sentarnos a «contemplarnos el ombligo» o mirar fijamente una pared. Tenemos la idea de que si estamos más presentes no seremos capaces de hacer frente a los problemas importantes de nuestra vida, estaremos «distraídos», seremos poco prácticos e ineficaces. De hecho, ocurre lo contrario: estamos más alertas y nuestros juicios y percepciones son más correctos.
De igual modo, muchas personas creen que si estamos más presentes vamos a perder toda la madurez o las técnicas profesionales tan arduamente adquiridas. Repetimos, lo que ocurre en realidad es lo contrario. Cuando estamos presentes podemos hacer las cosas mejor y con más coherencia que nunca; también adquirimos nuevas habilidades y técnicas con mucha mayor facilidad, porque mejora la capacidad de concentración. Cuando estamos presentes, atentos, nuestra inteligencia actúa de modos que nos sorprenden y evoca exactamente la información o habilidad necesarias para resolver el problema que tenemos entre manos.
En un plano aún más profundo, tememos estar presentes en nuestra vida porque nos aterra revivir todas las heridas de nuestra infancia. Tememos que desvelar nuestra verdadera naturaleza implique que no la vean o no la amen, que la rechacen o humillen; eso podría hacernos vulnerables o inducir a otros a temernos o traicionarnos. Tememos que nos abandonen; tememos que lo precioso de nuestra alma vuelva a ser rechazado o dañado. Y, sin embargo, cuando estamos totalmente presentes experimentamos espacio, paz y una tranquila animación. Descubrimos que somos sólidos, que estamos inmensamente vivos y conectados con el mundo que nos rodea. No hay ningún motivo para no vivir así, aparte de los motivos que nos da nuestra personalidad, ciertamente motivos sesgados, interesados.
"La Sabiduria Del Eneagrama"
Autor: D. Riso, R. Hudson
Editorial: Urano
2001